Según la mitología griega, el engreído Sísifo, rey de Éfira, fue condenado por los dioses a empujar una gran roca montaña arriba. Una vez alcanzaba la cima, la piedra rodaba cuesta abajo, repitiéndose eternamente la secuencia. Albert Camus, el novelista francés, observa, en el absurdo día de Sísifo, la existencia de los hombres, planteando que el debate filosófico gire alrededor de una única pregunta: si uno debe o no suicidarse. Camus, pesimista, encontró la respuesta escribiendo. Primero en El extranjero (1942), con un personaje, Meursault, que no cuenta con razones de peso para seguir viviendo, indiferente a la realidad que le rodea. Cambió su visión en La peste (1947), con el doctor Rieux enfrentándose al absurdo, y saliendo victorioso. Son precisamente los problemas, y la resolución de los mismos, lo que puede dar sentido a una vida. Camus adoptó el existencialismo, la experiencia humana como punto de partida, para entender el mundo en el que vivía. Compartimos su visión en el profundo ensayo El mito de Sísifo (1942).
Sobre la trágica consciencia humana.
Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a este, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta las cimas, y baja de nuevo a la llanura.
Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desmesurada: «A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien.» El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.
No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad. «¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos…?» Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien» dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del nombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.
Albert Camus. El mito de Sísifo
Sobre la felicidad como responsabilidad.
Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.
Albert Camus. El mito de Sísifo
El absurdo, y la filosofía de Camus, es también la temática de Fargo (2014), una serie de Noah Hawley. El protagonista, Lou Solverson, veterano de Vietnam, con una hija de 7 años y una esposa enferma de cáncer, pronuncia, la siguiente frase: «It’s the rock we all push, men. We call it our burden, but it’s really our privilege.» Abraza su destino, asumiendo toda la responsabilidad.
- Escena 1. «What’s the point? You are just going to die anyway«
- Escena 2. «We are put on this Earth to do a job. And each of us gets the time we get to do it.»
- Escena 3. «Your husband. He was gonna protect this family no matter what. I do understand.»
El reto que propone el absurdo: vivir una vida satisfactoria a la vez que uno acepta que la muerte es inevitable y que todo aquello que construya en ella desaparecerá en el tiempo. Una árida pelea de la que, sin embargo, es posible salir victorioso, si hallamos un sentido en las distintas dimensiones de la existencia. Tanto en los pequeños momentos inesperados (el gesto altruista de un desconocido) como en las grandes experiencias colectivas (la heroicidad en tiempos de guerra). El mismo Camus comprendió, jugando al fútbol en Argel, la fuerza de la camaradería. Afirmaba que allí, en el campo, aprendió más acerca de la moral y las obligaciones de los hombres que en 50 años de vivencias. Somos animales sociales, el propósito en los vínculos humanos.
Otros autores, otras lecciones
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- Lecciones sobre la locura, con Lewis Carroll
- Lecciones sobre la curiosidad, con Antoine de Saint-Exupéry
- Lecciones sobre el propósito, con Viktor Frankl
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